Hubo un tiempo, que duró más de lo que me hubiese gustado, en el que el día uno me sentía decepcionado; el día dos trataba de encontrar nuevos motivos que consiguieran que no me sintiera mal; el día tres volvía a sentirme rechazado y decepcionado; y el día cuatro intentaba que fuese un nuevo día dos.
Hubo también varias razones que yo creía eran la causa de esos tres estados. La primera de ellas: ser gordito,... y no el gordito gracioso molón que aparece en algunas películas. La segunda, ser el empollón de la clase. Otra, llevarme siempre muy bien con las chicas.
Cada vez que conseguían hacerme llorar, buscaba una nueva causa a la que culpar, y trataba de corregirla. Ellos no lo sabían, pero me hicieron más fuerte, y para bien o para mal, me corrigieron. No obstante, no siempre acepté el rechazo ni mi reacción ante él, y la mayoría de las veces pensaba: una y no más. No volveré a mostrarles mi cara de ofendido, pero tampoco mi sonrisa. No les pagaré con su misma moneda, pero tampoco les miraré a la cara. No volveré a ilusionarme, pero tampoco volveré a llorar.
Sin embargo, y aunque esa fortaleza de la que hablo fuese creciendo poco a poco, siempre dolían los susurros, y las risas en alto cuando te equivocabas, y las ganas locas por incentivar esas risas. Todo ello proveniente de la gente con la que estabas compartiendo tus momentos, los cuales no deberías olvidar... y no precisamente por las ganas de marcharte.
Lo fácil de Madrid es que ese una y no más es demasiado sencillo. En una ciudad con más de tres millones de habitantes, olvidar una cara es más fácil que verla día a día. Más incluso que recordarla.
Y a pesar de todo, para mí siempre fue lo más triste. Ahora tú eliges con quién compartes esos momentos, y las personas elegidas no tendrán que ser, por descarte, "las que vayan contigo a clase". Serán tus amigos, los que acepten lo bueno, y lo malo, los que tú decidas.
Y sí, hablo en general porque no podría particularizar en mi persona el párrafo anterior y pretender que tuviera sentido. Yo siempre elijo mal, y la única persona que me acepta es Ana. Ya no soy gordito, ni soy el empollón de la clase, ni digo nunca que no a otra copa,... pero vuelvo a sentirme triste al verme rechazado, y odiado, y ver como haciendo ese tipo de sentimientos público, estén quienes se sientan bien, y se rían.
Sí es verdad que sigo siendo bastante amigo de las chicas, y por eso hoy me pegaron un puñetazo en la academia. Supongo que hay gente que tarda más en crecer, en darse cuenta... o que nunca se sintieron apartados, o rechazados, o "gorditos", y entonces nunca aprendieron.
Hoy lunes, y tras mucho tiempo, toca decir: Una, y no más.
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